martes, 24 de junio de 2014

La Cápsula


La cápsula tiene un efecto extraño, leve, como si no tuviera ninguno. Pero se alcanza a notar si se pone atención, por que si uno sigue con su vida, la cápsula parece no decir nada, y al ver la caja sobre el buro, apenas se acuerda de tomarla.  Es como los insectos que hacen un ruido que es sólo perceptible en silencio. Por eso siempre prefería tomarla de noche, para escucharla en su interior haciendo su magia. 
            Luis Raúl era ingeniero civil, le diagnosticaron una primera crisis depresiva a finales de los noventa. Además, el que pensara que la gente se reía a sus espaldas, a decir del doctor  que lo atendió, podía tratarse de una ideación paranoide. Lo que sea que eso significara, él estaba seguro de que en la oficina estaban por despedirlo.
            Varios errores en los cálculos de una construcción en la zona comercial de Aventura lo dejaron muy mal parado con el jefe. Nadie lo decía, apenas y le señalaron los cambios en los planos cuando se le asignó a un área menos complicada, en una zona de medio pelo de la ciudad. Entonces fue que empezó a escuchar las risas de la secretaria junto con la de otros ingenieros.
            Trató de no darle importancia, pero los sentimientos de humillación se volvieron recurrentes, al grado de que estaba todo el tiempo de mal humor. Veía a sus hijos y pensaba que tal vez heredarían la mediocridad de su padre, entonces los regañaba por cualquier cosa. Ricardo, el menor, se había puesto los tacones de su mamá, caminando por la casa mientras Jorge, el mayor, se burlaba a carcajadas de él. Susana le pidió que se calmara, y luego de los gritos se fue con los dos niños a casa de su mamá. En la obra los albañiles más viejos notaban su falta de ánimo. Los trabajadores son como otra familia, un dolor de cabeza, pensó. 
 El doctor le pidió que tomara una cápsula diaria y luego ya vería dependiendo de los avances. Salió del consultorio sintiéndose un fenómeno de circo. No era un necio. Sabía que si algo se descompone es preferible hacer algo o las cosas empeorarán. Pero estaba acostumbrado a que los desperfectos ocurrieran allá afuera, en los objetos, en las otras personas. 
Antes ponía el canal de noticias, fascinado por la locura del mundo, abstraído por completo en esa vorágine de problemas. Sin entender del todo que se está tan abajo de la pirámide del poder que cuando se tiene la información es porque todo ha sucedido. La depresión le dejó esto muy claro porque cualquier catástrofe, por lejana que fuera, cualquier injusticia, le llenaba los ojos de lágrimas, las cuáles detenía con un gran esfuerzo para no alarmar a su esposaLa tristeza se apoderó del ingeniero como de un cachorro al que alguien levanta del suelo para inmovilizarlo. Susana sabía, aunque hiciera todo lo posible por ocultárselo, pero sólo podía especular sobre las causas, entre ellas, la de otra mujer. Le ponía cuatros, buscaba en su teléfono celular.
Se tomó una semana de descanso. El ingeniero veía a sus hijos desde la cama de su cuarto todos los días. La cabecera estaba junto a la puerta que daba a la sala de estar. En un sillón de tres plaza se pasaban la tarde viendo la televisión. Sabían de su presencia pero como estaba todo el día acostado, parecía que lo olvidaban. Jugaban a  representar el mundo de los adultos. A veces llegaban los vecinos, un niño y una niña. Una tarde el ingeniero los vio que construían una casa ayudándose de sábanas y almohadas, la vecina, única mujer, representó el papel de la esposa abnegada que prepara los alimentos, mientras los otros se sentaban a la mesa a esperar la llegada del padre. Cuando este llegó, su hijo mayor se apersonó con voz autoritaria para insultarlos por no haber ayudado con los deberes, luego  le propinó una falsa golpiza a su mujer. El ingeniero alcanzó a cerrar la puerta de su cuarto antes del final de aquel drama.
Al día siguiente los niños le hicieron una visita a la recámara por petición de su madre. Le contaron que en la escuela les iba muy bien. El mayor le recitó un poema que memorizó para ganar un punto adicional en sus calificaciones. El más chico, al verse superado recitó con una cadencia impecable la tabla del cuatro. El ingeniero reprimió como siempre cualquier expresión verbal de sus emociones. Abrió la cartera y le dio a cada uno un billete de cien pesos para que se compraran golosinas.
Durante la noche, su mujer le ofreció sus caricias para animarlo.  Se sintió plenamente satisfecho, un inesperado sentimiento de esperanza lo embargó hasta quedarse dormido. A la mañana siguiente tomó la decisión de ir a las oficinas, de ahí se pasó a la obra, a vigilar la llegada de los materiales. Escuchó los rumores del otro edificio, de la próxima inauguración, de la cancelación de un contrato. Otra vez se sintió miserable.
Por la tarde se pasó a la obra del proyecto que le habían quitado, estaba solo el vigilante, un hombre de rostro indígena que observaba en silencio el atardecer. Se saludaron sin emitir sonido alguno. El ingeniero pasó sin dar explicaciones, los ventanales estaban apilados en cada uno de los pisos, no tardarían en ser puestos. Subió a lo más alto. La vista daba hacia el periférico y más allá podía verse el sol ocultándose en los cerros. Todo era como  un líquido y pensó que se trataba de la cápsula. Los carros comenzaban a encender los faros y encontró algo que se movía en el camellón central de un lado a otro. Se trataba de una gallina solitaria yendo de un lado a otro, abandonada y sin saber cómo escapar de aquel cerco interminable de automóviles. Al pasar en el carro con dirección a la casa vio al vigilante persiguiendo al animal. Entonces pensó que no mucho tiempo atrás ese había sido un llano y esa gallina y ese hombre que tanto contrastaban ahora, pertenecían con más derechos a ese lugar.
Sin previa consulta médica se aumentó la dosis a una cápsula más. Pronto descubrió que si no ingería alimentos el afecto era más placentero. Dejó que los niños se quedaran hasta tarde viendo la televisión. Cuando se quedaron dormidos, cambió a las noticias, ahí estaba el vigilante, con la gallina en los brazos, respondiendo una entrevista para un reportero. La gallina había causado la curiosidad de todo el mundo.