jueves, 24 de abril de 2014

Carros de juguete


Era una de esas mañanas del verano en la que no hubo clases. Sus padres salieron temprano al trabajo. Despertó sin abrir los ojos y sonrió al recordar que tenía todo el día libre para hacer lo que le viniera en gana. Afuera se escuchaban esos sonidos cotidianos a los que ya no estaba acostumbrado. La camioneta del gas, el arrullo de las palomas, el paso de los automóviles en la avenida. Se puso en posición fetal abrazado a una las almohadas como aferrándose a una tabla salvavidas que lo rescatara de la realidad y lo llevara al sueño, del que sólo tenía fragmentos de sensaciones rítmicas como si hubiera estado bailando toda la noche. Su cuerpecillo moreno sobresalía de las sábanas vestido solamente por un calzón azul. Su miembro viril que a esas horas se desperezaba, arqueado como el lomo de un gato, empujaba hacia el colchón como si exigiera alimento.
Esa energía que se acumulaba de forma tan absoluta y demandante lo desconcertaba. Esa sensación de placer sensual lo alejaba de cualquier otro pensamiento o actividad,  que no fuera la posesión sexual hasta ahora frustrada. Así se estuvo un largo rato, tratando de dominarse, pero finalmente cedió a la tentación de abalanzarse sobre sí mismo con urgencia.
Tocaron a la puerta. Interrumpió la placentera actividad para asomarse por la ventana pero no había nadie. Una señora mendicante ya estaba en la reja de enseguida tocando con insistencia. Intentó volver a concentrarse pero la emoción se había ido. Se puso su short favorito y prendió la computadora, una pentium III que le había ayudado su primo a escalar a pentium IV. Se preparó un sándwich en la cocina y volvió con un vaso de leche en las manos. Volvieron a tocar la reja, esta vez con más fuerza.
            Sería la misma vieja, que lo había visto asomarse por la ventana hacía un momento, pensó. Decidió no levantarse, ya se iría. Entró a un blog de anime en donde se presentaba con el avatar de un guerrero medieval. Le gustaba ese ambiente en color negro, lleno de animes gratuitos subidos por otros usuarios. Deseaba volverse un experto para poder comentar con autoridad como los otros. Esa era, en resumidas cuentas, la meta de su vida.
            Volvieron a tocar la reja. Gritó en voz alta que lo dejaran en paz. No tenía dinero, era un adolescente, no tenía trabajo, su obligación era estudiar, eso le repetía su madre con insistencia todos los días. Era lo que estaba haciendo, estudiando las historias de anime que más le gustaban mientras masticaba un sándwich de jamón con queso y mayonesa. Ya bastante responsabilidad tenía con sacar las basuras y lavar los trastes cuando su madre se indignaba de verlo sentado frente a la computadora durante horas.
            Tocaron con insistencia una vez más. Entreabrió la cortina sólo un poco. Afuera se veía a la mujer, tocando con fuerza el barandal. Llevaba una falda azul con mallas de lana, un saco de hombre negro y una blusa blanca percudida. Abrió la ventana para preguntarle que se le ofrecía. La mujer no sabía de dónde provenía la voz porque esperaba que la puerta se abriera. Así que empezó a hablar con la vista hacía las ventanas del segundo piso.
—Una ayuda por favor, no tengo casa ni trabajo. Gritó la mujer con una voz aguda y desgañitada.
—Ahorita no hay señora. Le contestó con firmeza, sintiendo a la vez compasión y asco.
—Préstame el baño por favor hijo, ya no aguanto.
Era el momento justo de cerrar la ventana pero se detuvo congelado. No podía negarle el baño o mejor dicho, no sabía cómo hacerlo. Una cosa era decirle que no tenía dinero, pero como se iba a negar ante una petición de semejante urgencia.
            La mujer abrió la reja y entró a la casa como sin poder creer que la estuvieran esperando. El muchacho le señaló el baño. Dejó la puerta de la calle abierta, tomado de la perilla, esperando a que la mujer terminara. Pensó que estaba haciendo algo bueno, una buena acción. Pero los minutos pasaron sin que la mujer saliera.  Se acercó a la puerta de baño y pegó la oreja, el chorro de agua del lavabo caía interminablemente con un sonido apenas audible. Una idea le pasó por la cabeza e hizo que todo su cuerpo se pusiera tenso. Fue hasta la cocina y luego salió al patio. Se acercó a la ventana del baño, estaba abierta. La malla de spring estaba rota. Al asomarse vio a la mujer desnuda de la cintura para arriba, tallándose ambos pechos que mostraban dos círculos negros. Sintió que la boca se le secaba. Fue a sentarse en el comedor con los brazos sobre la erección. Recordó que cuando era muy niño su madre lo atrapó acostado en el jardín con los pantalones abajo mientras pasaba las llantas de un carrito de juguete sobre sus genitales. Ahora era como si todos los carros de juguete de su infancia recorrieran su cuerpo por completo hasta dejarlo sin respiración.
La mujer salió del baño, se acercó y lo tomó de la mano izquierda, la que dice cuál es el destino de las personas desde su nacimiento.
—Te voy a leer el futuro como agradecimiento. El muchacho no supo que decir cuando sintió la mano húmeda dándole vuelta a la suya.
—Tienes las manos calientes, y la cabeza también. Vas a ser un hombre muy guapo, las mujeres te van a dar todo. Vas a tener mucho dinero.
Todo aquello sonaba a un discurso preparado, pero a Francisco le impresionó su voz, como dotada de una seguridad misteriosa.
—¿A qué me voy a dedicar?
La mujer lo miró a los ojos durante un rato como si pudiera leer en ellos. Él se acordó de nuevo de los pechos que ahora estaban cubiertos por esa blusa cochina que le provocaba repulsión. La miró buscando encontrar en la desgastada tela indicios de esa visión de higos negros. Ella se dio cuenta que la veía pero no dijo nada, sólo le soltó la mano que ejercía ahora una insistente presión sobre la suya.  La mano que acariciaba ya los botones de su blusa fue atrapada por la mujer, como si se tratara de un pollo que ha metido la cabeza en la malla del gallinero.
­—Vas a tener un gran negocio.
—Yo quiero ser director de cine.
—Ha sí -dijo la mujer –¿de películas sucias?
—Por qué se quedó sin casa.
—Me corrieron porque estoy loca. Si me das cien pesos te puedo decir más sobre el futuro.
—Quiero verlas. Señaló a la blusa de la mujer. Ella se tocó la barbilla, sus pupilas se dilataron, como si la hubiera tomado por sorpresa. 
—Eso cuesta más.
—Ciento cincuenta y me deja tocarlas. Ella se llevó la mano al pecho como si se protegiera.
–Primero el dinero. Dijo con autoridad.
            Se levantó de un salto y corrió escaleras arriba, entró a su cuarto buscando entre la ropa de sus cajoneras hasta encontrar un calcetín negro en el que tenía el resto del dinero que le había quedado desde su cumpleaños. La vació sobre su mano, eran exactamente ciento cuarenta y cinco pesos. Fue al buro y recogió un cambio para completar la suma.
            Cuando bajó, se paró delante de la mujer. Sintió como su respiración se hacía más difícil. La mujer echó una mirada rápida a las monedas con desconfianza. Al comprobar la cantidad metió las monedas en la bolsa de plástico en la que cargaba ropa y un sin número de objetos como trastos con comida. Luego se acomodó en la silla del comedor como si estuviera a punto de hacer algo importante. Con seriedad irguió la espalda y echó hacia atrás el cabello desalineado que le caía sobre los hombros.  El muchacho jaló la otra silla y la acercó junto a la de ella como si se preparara a ver un complejo espectáculo. La mujer parecía concentrarse,  su mirada estaba algo perdida, como si al tocarse se comunicara con su cuerpo.
            Él la apuró exigiendo su parte como un comprador experimentado, levantó la cabeza como señalando lo que quería. Un ruido en la reja hizo que los dos se sobresaltaran, Francisco corrió a la ventana pensando que era demasiado temprano para que su madre hubiera regresado. Por fortuna era sólo un niño que dejaba caer un palo sobre los barrotes de la reja mientras caminaba.  La mujer empezó a desabotonarse, para salir lo más rápido posible de aquel negocio. Sin quitarse el raido brasiere dejó saltar uno de los pechos hacia afuera. Para Francisco era como un monstruo que enseñaba un sólo ojo, y que lo miraba con atención para devorarlo. La mujer se sonrió ante la mirada atónita del chico. Dejó que la tocara. Sintió como el rugoso pezón fue endureciéndose como si se enojara, entonces un pelo oscuro se erizó como si se defendiera del intruso. Pero aquello no era todo, faltaba el otro pecho, la mirada completa que lo encontraría ahí, sentado, obediente para ser su víctima más lúcida, la menos temerosa.
            Con una violencia apenas contenida, el muchacho cogió los elásticos del otro lado e hizo saltar el segundo seno, entonces al acercarse más como si quisiera observar los más mínimos detalles de aquellos tubérculos  de oscuras raíces, sintió el turbio aroma de las axilas mezclado con un olor a perfume de jabón. Estuvo a punto de retroceder, pero aquel olor se convirtió en presa de su apetito,  como si en un pedazo de carne encontrara un bordo de grasa al que no pudiera resistirse.
            Embarró su cara contra el pecho como si buscara alimentarse. La mujer que se había mantenido estoica hasta ese momento soltó una carcajada al sentir los lengüetazos de ese hijo no esperado y antes de que otra cosa pasara se vistió de nuevo sin dejar de reírse, para alcanzar la puerta y salir de inmediato. El chico terminó arrodillado aspirando de su otra mano el poderoso olor que después buscaría, en otras mujeres.